Siempre mi equilibrio mental fue relativo, débil, destartalado. Como esos bancos de la UBA que me sacan de quicio porque cuando escribo de un lado a otro del cuaderno tiemblan pasando de una patita a la otra, que, OBVIAMENTE, jamás tienen el mismo largo. Hay un claro y evidente paralelismo entre mi manera de tomar apuntes y lo que pasa adentro de mi cabeza. Empiezo desde la izquierda, pero en lo que tardo en escribir un renglón terminé en la derecha, con ideas completamente opuestas, pero enseguida vuelvo a la izquierda y sigo a la derecha y nunca hubo término más acertado que "mambo" mental, porque mis ideas van siguiendo un ritmo sincopado, mezcla de música africana, hispanoamericana y jazz. El banco bamboleante es una hermosa metáfora de mi cerebro golpeando contra las paredes de mi cabeza. Mis razonamientos se mueven fuerte y se entremezclan en parejas y se cruzan casi como una coreografía, aunque eternamente desordenada. Wikipedia me dice, además, que "Este es un baile "fuerte" que requiere velocidad de pies y mucha energía". ¿Velocidad de pies? Siempre me caractericé más por torpe que por coordinada, camino despacio para poder mirar a mi alrededor. ¿Mucha energía? Poco a poco siento que se me van agotando las baterías y en cualquier momento mi lucidez se va a terminar apagando.
Y hasta acá pareciera ser una tragedia... pero no. Para mi banco de la UBA desvencijado, tengo mi bollito de papel preparado. Tengo el tope necesario para estabilizarlo. Para mis "mambitos dando vuelta" tengo alguien listo para "hacerles la traba" y otro en posición de atajarlos antes de que se caigan al piso y se destruyan. Nos sentamos todos juntos, en ronda, y me explican que no hay por qué moverse desaforadamente, que puedo ordenarme y tranquilizarme, y que si hay que bailar, lo haga acompasadamente, uno por uno, que la coreógrafa soy yo y que de mí depende todo. Por suerte, para tomar apuntes... soy muy prolija.