-Cuéntame algo -dijo Midori presionando la cara contra mi pecho
-¿Qué quieres que te cuente?
-Cualquier cosa. Algo que me haga sentir mejor
-Eres muy guapa.
-Midori. Pronuncia mi nombre.
-Eres muy bonita, Midori –corregí.
-¿Cuánto?
-Tan bonita como para hacer que las montañas se derrumben y el mar se seque.
Midori levantó la cabeza y me miró.
-¡Tus expresiones son tan peculiares! –comentó.
-Viniendo de ti, me quedo tranquilo –dije, riéndome.
-Dime más cosas bonitas.
-Me gustas, Midori.
-¿Cuánto?
-Me gustas como un oso en primavera.
-¿”Un oso en primavera”? –Midori volvió a levantar la cabeza-. ¿Qué es esto? ¡”Un oso en primavera”!
-Imagina que paseas sola por un prado y se te acerca un osito con la piel aterciopelada y unos ojazos. De pronto el osito te dice “¡Buenos días, señorita! ¿Quiere usted rodar conmigo?”. Entonces tú y el osito os pasáis el día entero rodando abrazados por una ladera sembrada de tréboles. Es bonito, ¿no?
-Muy bonito.
-Pues a mí me gustas tanto como eso.
Midori me abrazó con fuerza.
-Es lo mejor que he oído nunca –agradeció-. Si tanto te gusto, ¿harás caso de cualquier cosa que te diga? ¡Y no te enfades!
-Claro.
-¿Me cuidarás siempre?
-Claro. –Y le acaricié su pelo corto, parecido al de un bebé-. Todo irá bien. No te preocupes por nada.
-Tengo miedo –dijo Midori y la abracé con dulzura.
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